Cuando hablamos de la danza nos referimos principalmente a la acción de expresar nuestros sentimientos y emociones consciente o inconscientemente a través de nuestro cuerpo. Danzar es bailar, sentir y expresar, es divertirse y aprender, es conocerse y relacionarse con el mundo, y por ello y muchas cosas más, es esencial en la formación y el desarrollo integral de los niños y jóvenes de hoy.
El bebé recién nacido muestra distintos reflejos que incluyen movimientos con las piernas y brazos, pero estas acciones desaparecen cuando el niño empieza a desarrollar movimientos conscientes. En los primeros tres meses el bebé deja su posición fetal y poco a poco aumenta el control de su cabeza y cuello. A medida que va cogiendo fuerza, comienza a enderezar la columna y al cabo de tres meses el bebé podrá sostener la parte superior de su cuerpo. Entre el tercer y decimoquinto mes, los niños comienzan a desarrollar su capacidad motriz: aprenden a sentarse, a gatear, a ponerse de pie, y con el tiempo a caminar sin ayuda. En esta etapa, el niño comienza a conocer el mundo y a relacionarse con los demás a través del movimiento, un movimiento que se convierte casi que en un “baile” cuando escuchan cualquier música y empiezan a mover todo su cuerpo. Entre los quince meses y los tres años, los niños se desarrollan con rapidez, tanto física como mentalmente. Están llenos de vida y expresan toda su vitalidad con el cuerpo. Si se les da la oportunidad, exploran sus habilidades físicas con valentía y sentido de la aventura. Es en esta etapa cuando comenzamos a ver como sus expresiones corporales se convierten en la principal herramienta para comunicarse con los demás, a tal punto que podemos decir que ¡no se quedan quietos! El papel que juega el movimiento en sus vidas, comienza a verse reflejado en sus juegos y actividades con las cuales el niño alcanza su mayor potencial físico natural. Sus cuerpos hablan por sí solos y a través de ellos son capaces de comunicar sus sentimientos y sensaciones ya que de otra manera (verbal o escrita) sería difícil hacerlo.
A partir de un año y medio la danza entra a jugar un papel importante en sus vidas como actividad esencial para expresar, comunicar y potenciar todas las habilidades innatas que tienen, flexibilidad, curiosidad, motricidad y creatividad. Esta debe ser abordada desde la lúdica, la exploración, la imitación, la improvisación, entre otros, para recuperar y aprovechar el movimiento libre y espontáneo que los niños poseen con miras a descubrir en ellos sus capacidades, vencer sus temores y desarrollar sus talentos. No es recomendable limitar la capacidad motora a los niños negándoles su instinto innato de moverse cuando lo que necesitan es jugar, correr y explorar. Una mala dirección puede llegar incluso a sembrar en ellos timidez, inseguridad y falta de autoestima. Tampoco es bueno iniciar un proceso en esta primera etapa de crecimiento que este “viciado” por una técnica muy rígida que no les permita la libertad de expresión y exploración con su cuerpo.
Es verdad que hay momentos para cada cosa, pero mediante una dirección correcta y profesional por parte de los adultos, los niños pueden aprender a manejar su cuerpo de una manera consciente y segura. Con un poco de música, alguno que otro elemento y mucha creatividad no dejaremos perder en ellos su capacidad expresiva y potencial físico, que de lo contrario puede llegar a ser frustrante si al llegar a la etapa adulta no han tenido la oportunidad de desarrollarse con la práctica de la Danza y el Movimiento Creativo.
Lectura recomendada:
Walker, Fiona y Peter, Padre felices, niños felices. 1993, Ed. Pasos, Producciones Generales de Comunicación, S.L.
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