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Foto del escritorClaudia Cadena

¡San Valentín, el santo que danza!

El Amor, ese extraño magnetismo que se produce entre dos personas. Es un concepto cargado de palabras, mitos y leyendas que muchos han tratado de explicar a través del tiempo y del espacio. En el marco de la celebración del día de San Valentín queremos que sea éste nuestro tema de inspiración o más bien, nuestro impulso o motor, para ¡enamorarnos de la danza!

Esta festividad, asimilada por la iglesia católica, se remonta al siglo III en Roma, donde un sacerdote llamado Valentín se opuso a la orden del emperador Claudio II, quien decidió prohibir la celebración de matrimonios para los jóvenes, considerando que los solteros sin familia eran mejores soldados ya que tenían menos ataduras y vínculos sentimentales.

Valentín, opuesto al decreto del emperador, comenzó a celebrar en secreto matrimonios para jóvenes enamorados y de ahí se popularizó que San Valentín sea el patrón de los enamorados. Al enterarse, Claudio II sentenció a muerte a San Valentín, el 14 de febrero del año 270, alegando desobediencia y rebeldía. Por este motivo, se conmemora todos los años el Día de San Valentín.

Hablamos de una suerte de encantamiento capaz de turbar el cuerpo y mover el espíritu cuando dos fuerzas antagónicas se encuentran, se unen, se transforman y ¡se enamoran! Eros, aquella fuerza divina, secreta y poderosa, y Psique, aquella humana, débil y ambiciosa. De esta unión nace el sentimiento amoroso y el impulso creativo capaz de transfigurar, transformar y dar testimonio de lo que pasa por nuestros sentidos; surge así la danza, una manifestación artística del amor, incluso tan antigua como él.

Jean Luc Nancy, en una conferencia titulada Imagen danza dice que el origen de la danza data del origen mismo del universo y es tan antigua como el amor, por eso la asemeja a los dioses, a la evidencia de lo inmenso, aquello que está ante nosotros y en nosotros, que nos atraviesa y nos abre.

Para este filósofo Eros representa lo inconmensurable, el arrebato del exceso y la calma de la apertura. Danzar es transformar un cuerpo, es metamorfosear su configuración para presentarla como una intensificación de la relación a sí mismo, el ser si mismo, dice:

“Cada forma artística procede de la intensificación de un registro sensible. La danza como intensificación de lo sensible quiere decir que intensifica el sentirse en el cuerpo como cuerpo en el mundo. El cuerpo es una manera de experimentarse a si mismo, de saberse a si mismo. Como punto de origen y fin del mundo, o bien, articulación del un mundo, de una invención de un mundo, él se siente – sentirse” (Jean Luc Nancy).

De esta definición sobre la danza podemos establecer tres relaciones: Una con el cuerpo, otra con el amor y otra con el erotismo. Con el cuerpo, donde se produce la relación consigo mismo; con el amor, donde se da la relación con lo inmenso e inconmensurable y con el erotismo, donde se da la relación hacia afuera, hacia la forma y la representación.

Podríamos decir entonces, que el cuerpo, que es a su vez movido y turbado por la imaginación, es el lugar concreto y material donde se producen estas configuraciones y tiene origen la danza. La danza surge pues como una forma de representar la vida y manifestar esa gran y misteriosa fuerza llamada Amor.

¿Será entonces posible decir que la danza es la manifestación del Amor?

¡Qué sea la celebración de San Valentín la oportunidad para dejar que ese Eros nos clave su flecha del Amor y nos seduzca con la magia de la danza!

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